/ miércoles 23 de mayo de 2018

Sólo para villamelones

Justamente ayer se cumplieron veintiséis años de la última de las hazañas de Eloy Cavazos en Madrid. La última, pero no la única, pues aquella tarde del 22 de mayo de 1972, el entonces joven diestro de Monterrey refrendaba su categoría y salía también, como lo había hecho un año antes, a hombros y por la puerta grande de la plaza de toros más importante del mundo, la de Las Ventas.

En el setenta y uno, Eloy había llegado a España con su tradicional simpatía, y se dice, había caído tan en blando entre los españoles, que la primera de las orejas otorgadas en la catedral del toreo la había en realidad cortado desde la noche anterior, en los estudios de la televisión, donde contestó con ángel, humor y contundencia, las preguntas que le hicieron.

Pero para esa segunda puerta grande madrileña, la de 1972, Cavazos era ya capaz de refrendar en el ruedo esa su simpatía desbordante de la cotidianidad. Sobre la arena le había forjado faena a un rojizo animal de seiscientos kilos de Amalia Pérez Tabernero, que cerraba plaza, y consumaba con ello una de las actuaciones más importante de los toreros mexicanos en España, difícil incluso de imaginar en estos tiempos que corren.

Una cornada gravísima en el pecho impidió que el diestro de Guadalupe, Nuevo León, llegara aún más lejos en esa temporada española, pero aquellas puertas grandes madrileñas marcaron para siempre la historia del toreo mexicano, tanto que aún hoy, a veintiséis temporadas y ferias de San Isidro transcurridas, sigue siendo un hito en el que deben medirse todos los toreros aztecas.

Esta semana, apenas el jueves pasado, otro mexicano estuvo relativamente cerca de alcanzar la hazaña. Luis David Adame cortó la oreja de su primer toro de Juan Pedro Domecq y se avizoró la posibilidad de otro apéndice, que finalmente no llegó, en su segundo. Muy pocas veces, desde los tiempos de Cavazos, se ha estado tan cerca de escribir una nueva página de esos niveles de triunfo por parte de un mexicano.

Se dice que la autoridad de esta Feria de San Isidro ha sido especialmente errática, concediendo trofeos facilones, e incluyen en ellos esa oreja de Luis David y la de su hermano, Joselito, que también fue premiado con un apéndice dos días después, tras la lidia a un toro de Alcurrucén. Es cuestión de percepciones, pero lo que es un hecho es que cortar una oreja den Madrid no es algo que la mayoría pueda presumir.

Ciertamente hay cosas, detalles y momentos, en la labor torera de los Adame que pueden no gustar del todo (a mí, por ejemplo, no me gustan las Zapopinas, ni esos cambiados donde se arquea el cuerpo sin elegancia, ni esas Bernardinas de fin de faena), pero no es momento de escatimar méritos a los mexicanos en Madrid, sobre todo al menor de los dos Adame anunciados, que ha llegado hasta ahí, con poco tiempo de alternativa, a plantearse la mayor de las pruebas posibles.

Lo de Cavazos, por lo pronto, sigue siendo el techo, a cerca de medio siglo de distancia.

Justamente ayer se cumplieron veintiséis años de la última de las hazañas de Eloy Cavazos en Madrid. La última, pero no la única, pues aquella tarde del 22 de mayo de 1972, el entonces joven diestro de Monterrey refrendaba su categoría y salía también, como lo había hecho un año antes, a hombros y por la puerta grande de la plaza de toros más importante del mundo, la de Las Ventas.

En el setenta y uno, Eloy había llegado a España con su tradicional simpatía, y se dice, había caído tan en blando entre los españoles, que la primera de las orejas otorgadas en la catedral del toreo la había en realidad cortado desde la noche anterior, en los estudios de la televisión, donde contestó con ángel, humor y contundencia, las preguntas que le hicieron.

Pero para esa segunda puerta grande madrileña, la de 1972, Cavazos era ya capaz de refrendar en el ruedo esa su simpatía desbordante de la cotidianidad. Sobre la arena le había forjado faena a un rojizo animal de seiscientos kilos de Amalia Pérez Tabernero, que cerraba plaza, y consumaba con ello una de las actuaciones más importante de los toreros mexicanos en España, difícil incluso de imaginar en estos tiempos que corren.

Una cornada gravísima en el pecho impidió que el diestro de Guadalupe, Nuevo León, llegara aún más lejos en esa temporada española, pero aquellas puertas grandes madrileñas marcaron para siempre la historia del toreo mexicano, tanto que aún hoy, a veintiséis temporadas y ferias de San Isidro transcurridas, sigue siendo un hito en el que deben medirse todos los toreros aztecas.

Esta semana, apenas el jueves pasado, otro mexicano estuvo relativamente cerca de alcanzar la hazaña. Luis David Adame cortó la oreja de su primer toro de Juan Pedro Domecq y se avizoró la posibilidad de otro apéndice, que finalmente no llegó, en su segundo. Muy pocas veces, desde los tiempos de Cavazos, se ha estado tan cerca de escribir una nueva página de esos niveles de triunfo por parte de un mexicano.

Se dice que la autoridad de esta Feria de San Isidro ha sido especialmente errática, concediendo trofeos facilones, e incluyen en ellos esa oreja de Luis David y la de su hermano, Joselito, que también fue premiado con un apéndice dos días después, tras la lidia a un toro de Alcurrucén. Es cuestión de percepciones, pero lo que es un hecho es que cortar una oreja den Madrid no es algo que la mayoría pueda presumir.

Ciertamente hay cosas, detalles y momentos, en la labor torera de los Adame que pueden no gustar del todo (a mí, por ejemplo, no me gustan las Zapopinas, ni esos cambiados donde se arquea el cuerpo sin elegancia, ni esas Bernardinas de fin de faena), pero no es momento de escatimar méritos a los mexicanos en Madrid, sobre todo al menor de los dos Adame anunciados, que ha llegado hasta ahí, con poco tiempo de alternativa, a plantearse la mayor de las pruebas posibles.

Lo de Cavazos, por lo pronto, sigue siendo el techo, a cerca de medio siglo de distancia.