/ miércoles 27 de junio de 2018

Sólo para villamelones

Lo acontecido el pasado domingo en la localidad castellonense de Vinaroz, y protagonizada por Sebastián Castella, al menos debe mover a la reflexión.

Esa tarde, el francés lidió en su segunda oportunidad (había cortado ya la oreja de su primer toro) un burel de la ganadería de Buenavista, que resultó inmejorable para el lucimiento; tanto, que Castella aseguró después que era el mejor toro que haya lidiado jamás.

El asunto es que la autoridad de la plaza (El Presidente, como le llaman allá) no consideró a la res como digna del indulto, quizá apoyado, entre otras cosas, en que el animal sólo había tomado una vara, y eso parece tener mucha más importancia del otro lado del Atlántico que por estas tierras.

Como es de suponer, el público quería que se le perdonara la vida al burel de Buenavista, y también su propio lidiador, quien, entre la bronca, decidió hacer caso omiso de la opinión, y decisión, de la autoridad y se dedicó a muletear al toro mientras el tiempo pasaba y los bocinazos sonaban desde las alturas. Así, con el correr de los minutos, el animal fue regresado vivo a los corrales, sin que Castella se hubiese ido tras el acero.

El tema da para largo. Es una manifestación más de ese desdén que los toreros, y principalmente las llamadas figuras, tienen para con el biombo de la autoridad; ese menosprecio a sus decisiones, que va desde berrinches hasta enfrentamientos, y que tiene como cereza del pastel hechos como el Castella en Vinaroz.

El asunto no para ahí, pues el diestro francés, que dio la vuelta al ruedo entre vítores y aplausos, se dejó levantar a hombros, junto con sus compañeros de cartel, para salir de la plaza por la puerta grande con una sola oreja en las alforjas. Esto último, desacatando la costumbre y las formas, más allá del desencuentro con el Presidente, y acaso en los límites mismos donde la soberbia puede mallugar la dignidad.

No, no me pareció la actitud de Castella digna de una figura del toreo, pero la pregunta es si la dignidad torera prevalece en quienes creen ya saberlo todo, poderlo todo, merecerlo todo.

Lo acontecido el pasado domingo en la localidad castellonense de Vinaroz, y protagonizada por Sebastián Castella, al menos debe mover a la reflexión.

Esa tarde, el francés lidió en su segunda oportunidad (había cortado ya la oreja de su primer toro) un burel de la ganadería de Buenavista, que resultó inmejorable para el lucimiento; tanto, que Castella aseguró después que era el mejor toro que haya lidiado jamás.

El asunto es que la autoridad de la plaza (El Presidente, como le llaman allá) no consideró a la res como digna del indulto, quizá apoyado, entre otras cosas, en que el animal sólo había tomado una vara, y eso parece tener mucha más importancia del otro lado del Atlántico que por estas tierras.

Como es de suponer, el público quería que se le perdonara la vida al burel de Buenavista, y también su propio lidiador, quien, entre la bronca, decidió hacer caso omiso de la opinión, y decisión, de la autoridad y se dedicó a muletear al toro mientras el tiempo pasaba y los bocinazos sonaban desde las alturas. Así, con el correr de los minutos, el animal fue regresado vivo a los corrales, sin que Castella se hubiese ido tras el acero.

El tema da para largo. Es una manifestación más de ese desdén que los toreros, y principalmente las llamadas figuras, tienen para con el biombo de la autoridad; ese menosprecio a sus decisiones, que va desde berrinches hasta enfrentamientos, y que tiene como cereza del pastel hechos como el Castella en Vinaroz.

El asunto no para ahí, pues el diestro francés, que dio la vuelta al ruedo entre vítores y aplausos, se dejó levantar a hombros, junto con sus compañeros de cartel, para salir de la plaza por la puerta grande con una sola oreja en las alforjas. Esto último, desacatando la costumbre y las formas, más allá del desencuentro con el Presidente, y acaso en los límites mismos donde la soberbia puede mallugar la dignidad.

No, no me pareció la actitud de Castella digna de una figura del toreo, pero la pregunta es si la dignidad torera prevalece en quienes creen ya saberlo todo, poderlo todo, merecerlo todo.