/ martes 26 de diciembre de 2017

Solo para Villamelones

Cuando la anécdota del espectáculo acaba ganándole a lo medular de la Fiesta, no existen demasiados motivos para el optimismo. Y eso, la supremacía de la anécdota, es algo que suele suceder en tardes como las de los festejos navideños en Querétaro.

Será que el veinticinco de diciembre es una fecha de jolgorio y pachanga, y muchas veces de resaca; será que la tradición le gana a la afición, y el disfrute a la reflexión, pero el caso es que en las corridas navideñas queretanas suelen presentarse espectáculos muy apartados del profundo rito que representa el Toreo.

La de este año en la Santa María podrá recordarse por varias cosas: el nuevo salto al ruedo del holandés Peter Janssen, que se pasea por el mundo como si fuera millonario excéntrico y jubilado; por la muerte de un toro justo antes de saltar a la arena, al estrellarse contra la puerta de toriles; o por el enojo manifiesto de una multitud contra el francés Sebastián Castella, que incluso le niega el otrora agradecible detalle de brindar a todo el público, por un puyazo extra en tiempos donde la suerte de varas atraviesa por el peor de sus momentos.

Podrá recordarse por ello, y hasta por esa cantidad de gritos furtivos, vulgares y sin sustento, que se lanzan como verdades desde el tendido, pero no por lo esencial de una faena estructurada, por la eternidad de un muletazo profundo, por la gallardía de un quite temerario, por la largueza de un redondo, por la sabiduría de una muñeca.

La tarde del lunes, día de Navidad, la Santa María no se llenó del todo, pero fue escenario para cantar “Pelea de Gallos”, silbarle a gusto a los varilargueros y al Juez de Plaza, abroncar al animalista holandés y su acompañante de torso al aire, gritar el típico “¿quién es ese guey?” y hasta aplaudir en honor de nombres medio desconocidos para las mayorías, como Miguel Espinosa, Fabián Ruiz y Juan Silveti, pero de fondo, de sustancia, de médula, prácticamente nada.

Y aún así, y quizá por ello mismo, tres orejas para un Joselito Adame que mostró sus dos caras taurinas, decantándose finalmente por la del torero de rancho, que dista una eternidad de esa figura mexicana que dicen es; toros de Mimiahuapan que en la presencia tuvieron la única nota aprobatoria, incluyendo al manso quinto del festejo, al que premiaron con un arrastre lento, que también para la anécdota, se convirtió en vuelta y media al ruedo.

Si hubiese que escribir una crónica del festejo navideño en la Santa María habría, en fin, que enumerar una larga lista de detalles anecdóticos, pero de toreo, lo que se dice toreo, tendrían que dejarse las páginas en blanco.

Cuando la anécdota del espectáculo acaba ganándole a lo medular de la Fiesta, no existen demasiados motivos para el optimismo. Y eso, la supremacía de la anécdota, es algo que suele suceder en tardes como las de los festejos navideños en Querétaro.

Será que el veinticinco de diciembre es una fecha de jolgorio y pachanga, y muchas veces de resaca; será que la tradición le gana a la afición, y el disfrute a la reflexión, pero el caso es que en las corridas navideñas queretanas suelen presentarse espectáculos muy apartados del profundo rito que representa el Toreo.

La de este año en la Santa María podrá recordarse por varias cosas: el nuevo salto al ruedo del holandés Peter Janssen, que se pasea por el mundo como si fuera millonario excéntrico y jubilado; por la muerte de un toro justo antes de saltar a la arena, al estrellarse contra la puerta de toriles; o por el enojo manifiesto de una multitud contra el francés Sebastián Castella, que incluso le niega el otrora agradecible detalle de brindar a todo el público, por un puyazo extra en tiempos donde la suerte de varas atraviesa por el peor de sus momentos.

Podrá recordarse por ello, y hasta por esa cantidad de gritos furtivos, vulgares y sin sustento, que se lanzan como verdades desde el tendido, pero no por lo esencial de una faena estructurada, por la eternidad de un muletazo profundo, por la gallardía de un quite temerario, por la largueza de un redondo, por la sabiduría de una muñeca.

La tarde del lunes, día de Navidad, la Santa María no se llenó del todo, pero fue escenario para cantar “Pelea de Gallos”, silbarle a gusto a los varilargueros y al Juez de Plaza, abroncar al animalista holandés y su acompañante de torso al aire, gritar el típico “¿quién es ese guey?” y hasta aplaudir en honor de nombres medio desconocidos para las mayorías, como Miguel Espinosa, Fabián Ruiz y Juan Silveti, pero de fondo, de sustancia, de médula, prácticamente nada.

Y aún así, y quizá por ello mismo, tres orejas para un Joselito Adame que mostró sus dos caras taurinas, decantándose finalmente por la del torero de rancho, que dista una eternidad de esa figura mexicana que dicen es; toros de Mimiahuapan que en la presencia tuvieron la única nota aprobatoria, incluyendo al manso quinto del festejo, al que premiaron con un arrastre lento, que también para la anécdota, se convirtió en vuelta y media al ruedo.

Si hubiese que escribir una crónica del festejo navideño en la Santa María habría, en fin, que enumerar una larga lista de detalles anecdóticos, pero de toreo, lo que se dice toreo, tendrían que dejarse las páginas en blanco.