Por Lucía Villarreal
Tus coordenadas y las mías no iban a favorecer el encuentro, seguro corrimos con suerte. Nos hallamos a mitad del camino con mucho equipaje y los bolsillos vacíos. Yo tenía la tarde disponible, tú liberaste la agenda. Conversamos por horas y después de aquella charla cada uno se fue a su casa, pero nada era igual. Nos habíamos elegido.
Me tomaste de la mano y aprendimos a caminar con la misma cadencia. No fue fácil: tu altura no es mi altura y mi ritmo no es tu ritmo, pero con veintitantos años y un cielo de nubes rosas, todo se torna sencillo.
Por mucho tiempo, el camino tuvo un paisaje denso para explorar y dos enamorados que corrían y caminaban a intervalos. El bagaje incomodaba. ¿Te has fijado, Amor? Comenzamos a deshacernos de la carga muy a tiempo.
Las palabras nos unieron desde siempre, como si con ellas saciáramos un hambre primitiva de comunicarnos con el prójimo. Palabras cálidas y directas para compartir, para entender, para construir, para seguir conectados.
Las palabras son todavía hoy nuestro alimento y, sin embargo, ¡cuánto nos decimos sin palabras! Escucho, por ejemplo, que dices “te quiero” cuando me sonríes de cierta forma, si terminas una labor de casa, cuando peinas con tus dedos mi cabello o si, sentados frente al televisor, aterrizas tu mano en la mía sin previo plan de vuelo.
Me gusta cuando dices hola, en qué te ayudo o a dónde quieres ir, y yo oigo que dices “aquí estoy contigo”. También me gusta tu silencio, siempre elocuente, y tu palma en mi espalda cuando llega sin aviso cariñosa y firme. Me gusta que me haces reír, me gusta que me haces pensar, pero sobre todo que me sabes escuchar.
No me acostumbro a verte siempre con prisa, como posiblemente no te acostumbras a mis manías. Gracias por no intentar cambiarme y a la vez estar ahí cuando limo mis puntas de erizo. Algunos tramos del camino ha sido tan fácil amarnos. En otros no lo ha sido y, sin embargo, volvemos a elegirnos cada que la rutina nos ahoga y conseguimos reinventarnos.
Entiendo bien lo que hablas cuando dices que soy tu persona favorita, pues me pasa lo mismo. Elijo tu compañía para estar en calma y también para imprevistos, como cuando hay retraso en un vuelo o se va la luz por horas o nos despierta de madrugada en un hotel la alarma de incendio. Contigo quiero celebrar cuando hay motivo, soñar despierta, envejecer y dar la vuelta a las páginas más negras que hemos (y habremos) de escribir.
Seguimos en este camino tomados de la mano. Tu altura no es mi altura y mi ritmo sigue sin ser tu ritmo. Ya no tenemos veinte ni el cielo tiene nubes rosas y, sin embargo, Amor, todavía nos elegimos.