/ miércoles 18 de abril de 2018

La otra ayuda

por Lucía Villarreal


Hace poco, iba a vender unos muebles y se me ocurrió ofrecérselos a la señora que trabaja en casa. Nunca pensé en regalárselos, pero le di un buen precio y facilidades de pago. Ella preguntó por el precio más bajo y, después de una segunda oferta, decidió comprarlos. Estaba emocionada; eran para sus nietos.

El día que hacíamos la transacción coincidió con que habíamos cambiado mi carro por uno nuevo. Desde luego que ella no sabía cuánto habíamos esperado para renovarlo ni lo que habíamos gastado en composturas y nos hacía acelerar la venta del carro viejo.

Al momento de darme el dinero, mencionó tres veces lo mucho que les costaba cada cosa que compraban y el esfuerzo que hacían para pagar los muebles. A mí no me hizo ningún comentario del carro nuevo, no se atrevió, pero a mis hijas sí. Con eso terminé de entender la cátedra sobre esfuerzo que me dio.

Quizá pensó que debí regalarle los muebles y colocó entre nosotras una frontera imaginaria que divide a “Nosotros: a los que nos cuestan muchos las cosas” de “Ellos: a quienes no les cuestan”. Es una visión simplista e injusta. En México, salvo una minoría que nada en opulencia, a todos nos cuestan mucho las cosas.

Si bien he sido afortunada, al igual que muchos de ustedes, por estudiar una carrera universitaria, la ayuda monetaria que puedo dar al que está del otro lado de esa frontera es tan poca que no basta para cubrir las necesidades que hay en la esquina, en el semáforo de la avenida, sentada con la mano extendida a la salida del supermercado y en el otro semáforo y en el otro supermercado y en el otro entronque.

Sin embargo, de la otra ayuda, tengo para dar de manera espontánea y también estructurada. Laboro en una asociación fabulosa que promueve la lectura. Lo curioso es que también ahí nos topamos con “¿y qué nos van a traer? ¿unos columpios? ¿un regalo? ¿un dulce o chocolate cada sesión?” Ni columpios ni regalos ni dulces ni chocolates. Tenemos lecturas para que conozcan otros mundos, juegos y actividades para hacerlos pensar, ojos para verlos a los ojos y oídos para escuchar sus inquietudes. De esa ayuda tenemos para dar a manos llenas y estamos seguros de que construye.

Este fin de semana en una clase de Filosofía, Pedro, el instructor, contó que le gusta aceptar en los cruceros que limpien el parabrisas de su carro. Lo peculiar de Pedro es que revisa el trabajo y, si no quedó bien, le dice al muchacho antes de pagarle: “aquí te quedó una mancha”. Con eso le cambia la perspectiva y las monedas ya no son una caridad, sino el pago por un trabajo bien hecho.

Como sociedad civil, en lo colectivo y en lo individual, hay que apartarnos de la ayuda asistencialista y enseñar al otro a pescar, a pensar, a ver con otros ojos su realidad.

escribe@luciavillarreal.net

Twitter: @lucyvillarreala

por Lucía Villarreal


Hace poco, iba a vender unos muebles y se me ocurrió ofrecérselos a la señora que trabaja en casa. Nunca pensé en regalárselos, pero le di un buen precio y facilidades de pago. Ella preguntó por el precio más bajo y, después de una segunda oferta, decidió comprarlos. Estaba emocionada; eran para sus nietos.

El día que hacíamos la transacción coincidió con que habíamos cambiado mi carro por uno nuevo. Desde luego que ella no sabía cuánto habíamos esperado para renovarlo ni lo que habíamos gastado en composturas y nos hacía acelerar la venta del carro viejo.

Al momento de darme el dinero, mencionó tres veces lo mucho que les costaba cada cosa que compraban y el esfuerzo que hacían para pagar los muebles. A mí no me hizo ningún comentario del carro nuevo, no se atrevió, pero a mis hijas sí. Con eso terminé de entender la cátedra sobre esfuerzo que me dio.

Quizá pensó que debí regalarle los muebles y colocó entre nosotras una frontera imaginaria que divide a “Nosotros: a los que nos cuestan muchos las cosas” de “Ellos: a quienes no les cuestan”. Es una visión simplista e injusta. En México, salvo una minoría que nada en opulencia, a todos nos cuestan mucho las cosas.

Si bien he sido afortunada, al igual que muchos de ustedes, por estudiar una carrera universitaria, la ayuda monetaria que puedo dar al que está del otro lado de esa frontera es tan poca que no basta para cubrir las necesidades que hay en la esquina, en el semáforo de la avenida, sentada con la mano extendida a la salida del supermercado y en el otro semáforo y en el otro supermercado y en el otro entronque.

Sin embargo, de la otra ayuda, tengo para dar de manera espontánea y también estructurada. Laboro en una asociación fabulosa que promueve la lectura. Lo curioso es que también ahí nos topamos con “¿y qué nos van a traer? ¿unos columpios? ¿un regalo? ¿un dulce o chocolate cada sesión?” Ni columpios ni regalos ni dulces ni chocolates. Tenemos lecturas para que conozcan otros mundos, juegos y actividades para hacerlos pensar, ojos para verlos a los ojos y oídos para escuchar sus inquietudes. De esa ayuda tenemos para dar a manos llenas y estamos seguros de que construye.

Este fin de semana en una clase de Filosofía, Pedro, el instructor, contó que le gusta aceptar en los cruceros que limpien el parabrisas de su carro. Lo peculiar de Pedro es que revisa el trabajo y, si no quedó bien, le dice al muchacho antes de pagarle: “aquí te quedó una mancha”. Con eso le cambia la perspectiva y las monedas ya no son una caridad, sino el pago por un trabajo bien hecho.

Como sociedad civil, en lo colectivo y en lo individual, hay que apartarnos de la ayuda asistencialista y enseñar al otro a pescar, a pensar, a ver con otros ojos su realidad.

escribe@luciavillarreal.net

Twitter: @lucyvillarreala

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