por Lucía Villarreal
“Su hijo tiene Asperger” dijo la psicóloga; días después, el neurólogo preferiría usar el término de Trastorno del Espectro Autista. Ella no conocía a nadie con el mismo diagnóstico, de hecho, nunca había oído hablar de ese síndrome.
Llegó a casa a navegar en Internet y aquella misma semana compró dos libros sobre el tema: es una condición, no es una enfermedad; no tiene cura, hay que aprender a lidiar con ella; la comunicación, la socialización y la motricidad serán un desafío para nuestro hijo.
En una de sus búsquedas cibernéticas, encontró que existía la Asociación Asperger México y que ofrecía un Diplomado sobre el diagnóstico del Asperger en la Ciudad de México. Decidió matricularse en el curso porque quería adquirir los conocimientos que necesitaba para lidiar con la situación que tenía enfrente. De aquella experiencia no solo obtuvo información valiosa de los expositores, sino también de otras madres de familia que asistieron al Diplomado. Intercambiaron experiencias, aprendieron unas de otras y se dieron el apoyo que amigas cercanas o familiares no podían brindarles, porque quien no ha vivido el diagnóstico, no alcanza a comprender de la misma forma.
Mientras más sabía del tema, más entendía las conductas que había observado en su hijo de tres años: las pelotas ordenadas por color; el no aprender a hablar cuando se esperaba; los episodios en el colegio donde no sabía controlar la frustración y golpeaba a un compañero o quebraba un lápiz en dos.
En la escuela, él se convirtió en el niño que pegaba y ella en la mamá del niño que pegaba. Casi de manera inconsciente, dejó de asistir a desayunos y fiestas infantiles para no exponerse a un desencuentro. El colegio solicitó una maestra sombra quien, además de acompañar al niño durante la mañana de trabajo, llevaba registro de los incidentes. El reporte diario era una fuente innecesaria de sufrimiento materno.
¿Por qué no buscas una escuela con otro sistema? Preguntó la psicóloga. Y de aquella sugerencia vinieron cambios positivos, no solo para el niño, también para la madre. En el nuevo colegio, él era un niño más y ella su mamá. No había golpes ni lápices rotos ni maestra sombra ni registro diario de incidentes.
Hoy este pequeño cursa el tercer año de primaria, tiene un par de compañeros a los que llama amigos y puede invitarlos a su casa a jugar. Es bueno en natación, también en el tenis y acaban de descubrir que es buenísimo en el béisbol. Hasta lo nombraron primer bate de su equipo. ¡Y pensar que el diagnóstico de Asperger venía con la sentencia de que nunca sería bueno en los deportes! Pero claro, con una mamá deportista como la suya, por constancia no iba a quedar.
Esta misma madre tenaz piensa que es momento de ofrecer a los colegios queretanos herramientas para integrar a sus alumnos con Síndrome de Asperger. Es hora de cambiar el discurso de “yo escuela no sé qué hacer con tu hijo” por uno que brinde esperanza: “sé qué hacer con tu hijo: vamos a integrarlo a la sociedad”.
Para solicitar informes de la conferencia “Estrategias de Inclusión para Alumnos con Síndrome de Asperger” llamar al (442) 238-1003 y 234-1847; o enviar un mensaje a fundacionunamcapituloqueretaro@gmail.com