por Lucía Villarreal
Lunes. Ocho de la mañana. Abres el documento en que trabajabas anoche. En eso, recuerdas tu sueño y abres un documento nuevo para escribirlo en tres líneas. Ideas sueltas, pero con potencial de convertirse en otra cosa. Miras por la ventana. El jardín está pidiendo a gritos que lo vayas a regar. Traes a la pantalla el documento de anoche. Escribes un par de líneas. Hay que sacar la basura. Subes para buscar la de los baños y ves la toalla mojada en el barandal. Es día de lavar las toallas. Buscas el resto de ellas y bajas la escalera.
Dejas la basura en la entrada y vas a la lavandería. Prendes la lavadora y te acuerdas que dejaste la ropa blanca en la secadora la noche anterior. Comienzas a doblar las camisetas cuando te viene a la mente una idea. Interrumpes la doblada y vas a la computadora. Escribes, grabas el documento y bebes café. Te lo acabas. Vas por más y piensas en que no tienes comida preparada. Sacas del congelador el paquete de carne. Luego, recuerdas que ya no hay tortillas. Comienzas a escribir en el pizarrón: tortillas, arroz, servilletas.
Regresas a sentarte en la computadora. Escribes un poco y recuerdas la ropa blanca que te espera. La doblas y guardas. En el cuarto, ves que no tendiste la cama. La tiendes. Luego, te sientas frente a la computadora, pero recuerdas que dejaste el café servido en la cocina. Vas y vienes. Regresas al inicio del documento para releerlo. Te gusta, pero no te encanta todavía. Bebes un poco de café. Suena el teléfono. Es tu mamá.
Necesitas el diccionario que tienes arriba. Subes. Tomas del librero el diccionario y regresas a trabajar. Escribes otro tanto y desde la lavandería grita la lavadora que las toallas están limpias. Te levantas. Las pones a secar y regresas a trabajar. Buscas en el diccionario la palabra en cuestión. Bebes café y recuerdas que esta mañana usaste lo último que había. Vas y anotas “café” en la lista. Vuelves a la computadora. Te sientas a escribir y suena el teléfono. El guardia te avisa que llegó un paquete. Regresas a la computadora a releer el último párrafo. Te gusta. La secadora grita que las toallas están secas. Vas a la lavandería y las tientas. Siguen mojadas. Vuelves a prenderla y regresas a la computadora a escribir. Se te ocurre otra idea más y comienzas a redactarla. Vuelve a gritar la secadora. Vas a la lavandería, sacas las toallas secas y subes a dejarlas en su lugar. El sol está pegando muy fuerte en el cuarto de las niñas. Cierras la persiana.
Regresas a la computadora. Suena el teléfono. Lo ignoras. En la lavandería grita la secadora. La ignoras. Ves que a la cuna de Moisés le falta agua. La ignoras. Apagas y guardas la computadora en el portafolio. Tomas bolsa y llaves. Mejor te vas a trabajar a un café con Internet.
Twitter: @lucyvillarreala